
En la última noche de 2017, Víctor Rivaldo se acostó a dormir temprano, rechazó las llamadas de sus familiares e ignoró los tradicionales ‘pitos’ que anuncian la llegada del nuevo año. Es que la nostalgia hizo que se tirara en la cama, que dejara atrás la costumbre de celebrar con amigos, y que no disfrutara de la parranda.
Pero el plan del primero de enero –dice él– es aliviar las penas y la borrachera, aunque ni siquiera haya tomado. Así que por eso bebe alcohol con sus amigos en una esquina del popular Barrio Abajo, justo al frente de la Casa del Carnaval, como queriéndose poner a la par. Son las diez de la mañana y el trato es continuar hasta después de las cuatro. La música le hace menear los hombros de lado a lado y servir el trago rápido.
“Anoche no festejé pero hoy me estoy desquitando. La tradición de ayer era disfrutar el Año nuevo, pero la de hoy es acabar con el guayabo”, dice, convencido, el pensionado de 70 años. A su lado están cinco hombres más. Uno de ellos intenta tocar una guitarra sin cuerdas, mientras baila tambaleando.
“Este es alérgico al trago fino. De tanto que toma Coco Anís ya no sufre por borracheras”, bromea uno de los tomadores y se embucha otro sorbo.
Esa escena, la de allegados y familiares que amanecen para empezar el año, se repite calles más adentro, entre mesas con barajas y fichas de dominó que se estrellan contra la madera. El silencio de una ciudad solitaria durante un primero de enero se rompe con el estruendo de quienes no detienen el festejo. Un picó en el barrio Las Nieves continúa encendido a las 12 del mediodía, como música ambiente de un sancocho de mondongo, antídoto que busca aliviar los efectos del licor y el trasnocho.
Luis González se gana los aplausos de sus vecinos tras un solo de champeta. El moreno cincuentón, de look sesentero, imita los movimientos de un robot y se contorsiona como si la música fuera una terapia de electroshock. “Gran bailador”, le elogian al terminar.
“¡Y de aquí hasta el Carnaval!”, pide Karolay Rodríguez, una estilista de 20 años, mientras se acomoda la toca. Cuenta que, justo después de la canción que anuncia los cinco minutos para las doce, en Las Nieves bailaron al ritmo de Chemapalé y Checumbia, temas que hacen homenaje a las carnestolendas.
Esa idea de estar más cerca del Carnaval apenas finaliza el año también gobierna a Ulises Alvarado, de 55 años, que además de Año nuevo celebra su cumpleaños. Por eso luce un sombrero de plástico carnavalero y una guayabera de colores.
“De aquí hasta que el cuerpo aguante”, ordena el hombre a unas 20 personas que lo acompañan en la fiesta. En la tarde, anuncia, vendrán más familiares y amigos a continuar la posparranda. Para ese entonces espera que siga sonando la champeta vieja, que sobre sopa de mondongo, y que queden energías para que la rumba en el barrio dure.
ELHERALDO