Durante los noventa minutos en que Merkel volvió anoche al escenario, con su peculiar tono de andar por casa, mientras destripaba desde la distancia las últimas décadas de la historia global, la paz política pareció regresar por momentos a Alemania. Desde la RDA, pasando por la reunificación, las sucesivas crisis, los refugiados, hasta los esfuerzos para evitar lo que finalmente Putin hizo en Ucrania, todo parecía encontrar su sitio y encajar en un conjunto ordenado y comprensible, asumible incluso, y desde luego ajeno al caos político real que se ha apoderado de la capital política alemana. Merkel lucía el consabido ‘blazer’ y el mismo collar de ámbar de siempre. Lo único nuevo es que se permite ahora mostrar más a menudo su sentido del humor. Por más que la periodista Anne Will se esforzaba por llevar la presentación de su autobiografía al terreno de la entrevista política crítica, Merkel explicaba sus intenciones con su irónica franqueza y su cómica precisión en los hechos. Mezclaba fechas, datos y apreciaciones personales sobre líderes globales con la misma naturalidad con la que prepara su receta de sopa de patata, con la minuciosidad científica de una licenciada en Física. «Creo que elegí esa carrera porque las leyes de la Física eran de las pocas cosas que el Estado no podía revertir en la RDA», ironizaba sobre su particular forma de oponerse al comunismo. Ha escrito ‘Libertad’, 700 páginas de notas y recuerdos, con una intención muy precisa: «Dejar constancia de las dos vidas que he vivido, una en dictadura y otra en democracia», para dar testimonio de una tarea que ha de continuar sin ella.
A pesar de los miedos que había desatado, incluso en su propio partido, en sus memorias no hay revancha. Al contrario, con ocasión de la publicación ha aceptado participar en la campaña electoral de su sucesor al frente de la CDU, Friedrich Merz, otrora su gran enemigo interno. «Quiero alentarlo, aunque ciertamente no participaré en una posición de liderazgo», dijo, permitiendo un suspiro de alivio en la Casa Konrad Adenauer. «Una vez me dijeron que para aguantar es necesario tener una firme voluntad incondicional de poder. Pues bien, él también la tiene», defendió a un candidato que nunca fue santo de su devoción. «Fue y es una orador brillante», escribe en su libro, y unas líneas más tarde, con estilo seco, hanseático, sugiere que podrían haberse entendido mejor, «pero desde el principio había un problema: ambos queríamos ser jefes«. Sólo reprochó anoche a Merz el establecimiento de controles fronterizos: »Eso es un retroceso para los europeos y algo que no no quiero«, al tiempo que justificaba su decisión de abrir las puertas a los refugiados sirios en 2015: »Los críticos hablaban de una avalancha, pero para mí no era una masa anónima, eran personas y, si no hubiésemos ayudado, habría pensado: este no es mi país, mi país es uno de esos que considera a las personas, aunque no correspondan a sus necesidades o deseos«.
Merkel no reconoce grandes errores, confiesa sólo pecados veniales como el retraso en la digitalización, ciertas carencias del sistema energético y la confianza forzada con Rusia. «Entiendo que haya controversia, es parte de la democracia, pero no pido disculpas», defiende a fecha de hoy, «me sorprende la facilidad con la que tanta gente ahora hubiese hecho las cosas diferentes si hubiera sido la Merkel… pero la mayoría de los que ahora lo dicen estaban allí y no se les oyó».
Menciona a Pedro Sánchez en la página 553 de la edición alemana, al recordar la cumbre de Bruselas de junio de 2018. Su partido le apretaba las tuercas y el griego Tsipras y «el recién llegado al cargo de presidente del Gobierno de España, Pedro Sánchez, me apoyaron de forma muy práctica. Acordaron concluir acuerdos administrativos con Alemania sobre la base del Reglamento de Dublín II y aceptar a los inmigrantes ya registrados en sus países que llegaran a la frontera alemana».
Anota en la página 561 que Rajoy fue uno de los líderes europeos con los que más estrechamente trabajó, pero recuerda que se distanció de ella durante la negociación de los presupuestos europeos 2014-2021. «La crisis del euro, durante la cual me acusaron repetidamente de ser tacaña, todavía estaba teniendo consecuencias». Curiosamente, no cita al presidente español más obediente. Le bastó en agosto de 2011 una llamada de teléfono para convencer a Zapatero de la conveniencia de incluir en la Constitución española un límite al déficit, pero el episodio no aparece mencionado.