
El elefante ‘Tantor’ es el único que puede abrir y cerrar la puerta de su hábitat. Conozca algunos de los secretos del detrás de ‘bambalinas’.
Cuando el tigre de bengala blanco caza con la mirada a ‘Mimi’, su cuidador, se lanza rugiendo sobre él y golpea el cristal con sus dos garras. Cualquier visitante podría asustarse por la reacción del Panthera tigris –que solo en Bangladesh, en el sur de Asia, produce cien ataques al año–, pero no Wilmer Vides. El hombre de sombrero tipo explorador tiene 24 años trabajando en el Zoológico de Barranquilla y ya se ha acostumbrado a ver los colmillos y saltos del felino, aunque solo desde afuera del vidrio. Por eso tiene dos hipótesis: o el tigre quiere un abrazo, o busca devorarlo.
“No me puede ver porque siempre hace eso y solo es conmigo. Espero que sea de cariño, ya que le llevo comida todos los días”, supone Vides, mientras se aleja a paso lento del depredador. Por lo menos esa sería la explicación más conveniente para su vida.
Momentos antes de aquella escena, ‘Mimi’ lavaba con una manguera el espejo de exhibición, que ahora tiene dos grandes huellas pintadas desde el interior, y que no pudo durar más de diez minutos limpio. Esa es una de las tareas que tiene un cuidador, la única persona que puede ingresar, cada día, al hábitat de los casi 600 animales que tiene el Zoo.
Lo que ningún visitante alcanza a ver ocurre a partir de las 7 a.m. A esa hora los 11 cuidadores que tienen las 122 especies comienzan su rutina de limpieza, mantenimiento y suministro de alimentos, por la que atraviesan los cinco continentes. Un rato están en África, con el elefante, y a los minutos en Asia, con los felinos.
La misión se cumple, desde luego, en medio de una larga lista de medidas de seguridad. Antes de que algún cuidador pueda ingresar a una zona de exhibición –donde permanecen los animales ante los visitantes–, deben tener la certeza de que, por ejemplo, los leones se encuentren en su área de manejo o dormitorio. Nada de descuidos, ni sorpresas.
ELHERALDO