Antes de que cayese la ‘coalición semáforo’ de Olaf Scholz y las elecciones alemanas se volviesen inminentes, Alice Weidel y Sahra Wagenknecht ya protagonizaron en octubre un duelo televisivo que acabó siendo el programa más visto de la noche. La confrontación entre estas dos mujeres, que desde los márgenes extremos de la política alemana llegan dispuestas a castigar a las filas masculinas de los partidos establecidos, ejerció un efecto de fascinación en la audiencia alimentado por su común desprecio por la corrección. En los comicios regionales de otoño, en el este de Alemania, sus dos partidos juntos se han llevado más del 40% de los votos . Las encuestas adelantan que en conjunto obtendrán uno de cada cuatro votos en las elecciones anticipadas del próximo 23 de febrero, con dos discursos antitéticos pero que responden a una geometría euclidiana en la que los extremos, por momento, se tocan.Sus perfiles personales no encajan en los estereotipos de los ámbitos ideológicos en los que se mueven sus partidos . Weidel, exanalista de Goldman Sachs y al frente del partido de extrema derecha Alternativa para Alemania (AfD), es abiertamente lesbiana y está casada con Sarah Bossard, una productora de cine y televisión de Sri Lanka con la que tiene dos hijos. Se desvive por la patria alemana, pero tiene fijada su residencia en Überlingen (Suiza), bastante más amable en el terreno fiscal. Su oponente, la líder de un partido de extrema izquierda al que ha puesto su propio nombre, Alianza Sahra Wagenknecht (BSW), en un gesto de culto al líder inédito en la política alemana desde la Segunda Guerra Mundial, siempre ha sido hasta ahora, tanto en su vida privada como en la política, ‘señora de’. Tras un primer divorcio, comenzó a salir con Oskar Lafontaine, 26 años mayor que ella y número dos del gobierno Schröder. Debido a las reformas liberales de la Agenda 2010 y a la influencia de Wagenknecht, Lafontaine dio un portazo y lideró una escisión de la que los socialdemócratas alemanes todavía no se han recuperado, al mismo tiempo que se divorciaba de su esposa. Menos de un año después, se habían casado y habían fundado juntos un nuevo partido a la izquierda del SPD en el que, con la jubilación de él, ella perdió toda relevancia. Así que Wagenknecht lideró una nueva escisión e inauguró hace sólo unos meses BSW, todavía más a la izquierda, para seguir al mando. Puntos de partida lejanosReivindica una extinta identidad de la izquierda , que entiende frontalmente opuesta a la socialdemocracia y al ecopacifismo de Los Verdes, a la «política de identidad» y al ‘woke’. Tanto es así, que los medios de derecha alemanes requieren con frecuencia de sus intervenciones para respaldar sus tesis en la guerra cultural.Desde puntos de partida tan aparentemente lejanos, Weidel y Wagenknecht comparten una agresiva crítica a los ‘viejos partidos’ y difunden un sentimiento de fatalidad, que despierta por igual miedo e ira. Describen una Alemania gobernada por estúpidos y a punto de irse por el desagüe, que sólo ellas pueden rescatar. Sin embargo, ponen acento en diferentes puntos. Weidel, al igual que su ídolo Trump, predica un capitalismo liberado de todas las cadenas mientras que Wagenknecht, excomunista y exizquierdista, promueve el socialismo con un ligero toque de capitalismo de Estado, más al estilo chino. Ambas se dirigen abiertamente al obrero alemán y al campesino, figuras prácticamente desaparecidas de la sociedad alemana del siglo XXI pero con las que parece identificarse una masa de votantes, y a ellos dedican su lucha, dado que entienden la política como un combate. En materia económica y a efectos prácticos, la principal diferencia es que AfD defiende el «freno a la deuda», anclado en la Ley Fundamental y que impide a los gobiernos alemanes endeudar el país más de un 0,35% del PIB en cada edición de los presupuestos generales. BSW, sin embargo, arrancaría sin duelo ese principio de la Constitución. Weidel se describe a sí misma como una política «conservadora-liberal» en contra de «cualquier intervención estatal y cualquier elemento de economía planificada» y Wagenknecht la acusa de «planear planificadamente un recorte social generalizado».En cuanto a la relación con otras formaciones políticas, el tono agresivo de sus discursos podría hacer pensar que no contemplan asociaciones con ninguno de los «partidos establecidos». Weidel ha llegado a decir que los «verdaderos extremistas» son la excanciller Merkel y la actual ministra de Interior, la socialdemócrata Nancy Faeser. Pero lo cierto es que tira abiertamente la caña a un pacto postelectoral con los conservadores de la Unión Cristianodemócrata (CDU), que hoy lidera Friedrich Merz, y se siente muy cómoda con la idea de colaborar con los liberales (FDP) de Christian Lindner, mientras que Wagenknecht mantiene una escenificada capacidad para unirse a coaliciones con CDU y SPD, y se esfuerza por mostrarse leal a la Constitución. Ha coqueteado incluso con Weidel, a la que considera «conservadora con la que estoy de acuerdo en muchas cosas». Le ha sugerido, de hecho, que se distancie de su colega de partido Björn Höcke, cabeza de la línea dura y amigo de neonazis, «y así podremos gobernar juntas». Wagenknecht no tiene reparos en identificar un objetivo común: dividir a la CDU en torno a la guerra de Ucrania y la figura de Putin.Amigas de RusiaLas dos rechazan las entregas de armas occidentales a Ucrania. Weidel cita la expansión de la OTAN hacia el este como la «causa» de la invasión rusa y describen el conflicto como una «guerra de poder entre Estados Unidos y los rusos». Wagenknecht reclama el gas ruso como proveedor de energía para Alemania y critica las sanciones europeas, a lo que Weidel asiente con la cabeza. También comparten su odio por la Unión Europea, origen de todos los males en sus respectivas cosmovisiones. Weidel quiere crear un núcleo duro que excluya a los países periféricos o, en su defecto, sacar a Alemania del euro. Wagenknecht prefiere directamente desmantelar la «dictadura digital» europea y llama a la insumisión: «Alemania no debería adherirse a las normas de la UE a nivel nacional si van en contra de la razón económica, la justicia social, la paz, la democracia y la libertad de expresión».La comunión entre estas dos mujeres llega a su culmen en materia de inmigración. Ambas adoptan una línea dura basada en procedimientos de asilo en las fronteras exteriores o en terceros países, las repatriaciones rápidas y masivas de los solicitantes de asilo rechazados y el destierro de los derechos humanos en la gestión migratoria.Difieren sin embargo, respecto a Israel. Weidel reconoce, utilizando una terminología que Wagenknecht no acepta, su «derecho a defenderse» y condena el antisemitismo musulmán de los manifestantes antiisraelíes, a los que se refiere despectivamente como «hermanos antidisturbios», que «ya no estarían en este país si AfD estuviera en el poder». Wagenknecht habla de «genocidio» en Gaza y flirtea con mensajes antisemitas. Con un 18% y un 6% respectivamente en las encuestas, Weidel y Wagencknecht se sitúan en el segundo y el quinto puesto de los más votados, de cara al 23 de febrero. Juntas perfilan la fuerza centrífuga que empuja la política alemana hacia los extremos y ponen en tela de juicio tanto el saber estar en la vida pública como las líneas que separan la actividad política del activismo antisistema.