El rechazo a un segundo proyecto constitucional en Chile ofrece varias conclusiones. La primera y más obvia es que hay un cansancio entre los ciudadanos con el debate constitucional que, en realidad, no soluciona sus cuitas. Estos tienen problemas más urgentes -un nivel de delincuencia violenta nunca visto en el país, falta de crecimiento económico, problemas en Sanidad y Educación- que requieren la atención de los políticos para ser resueltos. Este agotamiento trae aparejada una doble lección que es importante: los chilenos han aprendido en carne propia que una nueva Constitución no arregla los problemas por arte de magia y que es muy difícil conseguir un consenso que supere al que suscitaba el texto vigente por muchos cuestionamientos que existieran en torno suyo.Una segunda conclusión, mucho menos auspiciosa, plantea que la clase política chilena no ha hecho más que ganar tiempo y aplazar un grave colapso institucional, un conato de insurrección popular que fue lo que realmente ocurrió con el violento estallido social de octubre de 2019. La sustitución de la Constitución de Pinochet fue una oferta ‘in extremis’ del presidente Sebastián Piñera para salir de la crisis causada por esa revuelta. La jugada era de alto riesgo, porque como se vio con el primer texto propuesto, Chile bien podía haber terminado esta aventura convertido en una folclórica nación de naciones, con un sistema de justicia ancestral y otras excentricidades.El segundo borrador resultó más convencional, pero tampoco suscitó el apoyo suficiente. En definitiva, los dos textos han sido rechazados porque sus redactores han sido incapaces de generar un consenso mejor que se expresara en las urnas. Uno por izquierdista y el otro por conservador.Noticia Relacionada CLAVES DE LATINOAMÉRICA estandar Si Chile queda exhausto tras cuatro años de agitación política Emili J. Blasco El nuevo rechazo constitucional enfría las expectativas electorales de KastEl resultado práctico es que la Constitución de 1980, dictada originalmente por Pinochet pero profundamente reformada por los demócratas, continuará en vigor. Este dato trae aparejada una evidencia: que el desafío que se planteó en octubre de 2019 sigue estando sobre la mesa. Quizá el descontento no se manifieste de la misma forma, pero ni el presidente Gabriel Boric ni los demás líderes políticos pueden creer que han solucionado nada . Cuatro años después del estallido, los dos grandes problemas de Chile, que son la falta de crecimiento económico y el déficit de gobierno, no sólo siguen incólumes, sino que se han agravado. Y nadie puede asegurar que el momento populista chileno haya terminado. [email protected]