La mentira -sobre todo en su aspecto criminal- tiene las patas cortas, pero a George Santos le han dado para ganar una elección al Congreso de EE.UU. y ser diputado durante once meses. Su camino acabó este viernes, cuando el congresista republicano por un distrito de Long Island, en Nueva York, fue expulsado de la Cámara de Representantes, una situación excepcional que solo se ha producido media docena de veces en toda la historia de EE.UU.
El pleno de la Cámara decidió la expulsión por 311 votos a favor y 114 en contra, con buena parte de los republicanos, que tienen mayoría, inclinándose hacia la expulsión de su compañero.
Santos fue hace un año una de las pocas buenas noticias que tuvieron los republicanos en las elecciones legislativas, que recuperaron la mayoría en la Cámara pero con un margen mucho menor del esperado. Como otros candidatos republicanos en Nueva York, se apoyó en el crimen rampante y en la inflación que ahogaba a las familias para ganar posiciones, para ganar un escaño en un distrito complicado, donde las fuerzas con los demócratas están parejas.
Antes de que los neoyorquinos fueran a las urnas, un periódico local, el ‘North Shore Leader’, ya había detectado un aumento «inexplicable» en el patrimonio que Santos se adjudicaba de forma pública. Con la elección ya ganada, ‘The New York Times’ rastreó la biografía de Santos y reparó en que casi todo lo que el candidato había dicho sobre sí mismo era falso.
Abanico de falsedades
El abanico de falsedades de Santos era amplio: iba desde las mentiras aspiracionales -firmas de Wall Street para las que no había trabajado, universidades a las que no había asistido, iniciativas filantrópicas inexistentes-, a las mentiras grotescas -aseguró que era el capitán de un equipo de voleibol donde nunca jugó- y hasta las mentiras macabras -dijo que su madre estuvo en el World Trade Center en los atentados del 11-S-.
En las revelaciones había indicios de fraude abundante durante su campaña, pero eso no le impidió alcanzar el honor de ser diputado de la primera potencia mundial el pasado enero. El escaño no borró la realidad: una investigación de la fiscalía acabó con la imputación de 23 cargos por fraude, lavado de dinero, falsificación de documentos y robo de identidad.
Santos se mantuvo en sus trece, insistió en su inocencia y se aferró al escaño. Este otoño, los dos primeros intentos de expulsión fracasaron en la Cámara, con muchos legisladores preocupados por sentar un precedente peligroso con una expulsión de un miembro que todavía no ha sido condenado (su juicio se espera para otoño del año que viene).
Eso cambió hace dos semanas, cuando el Comité de Ética de la Cámara presentó un informe en el que había trabajado durante meses, con resultados devastadores para Santos: le acusaban de robar dinero para su campaña, de engañar a donantes, y de gastarse lo robado en lujos como visitas a spas y casinos, ropa de Ferragamo, tratamiento de bótox o suscripciones a OnlyFans, una web de contenido adulto. Las revelaciones convencieron a muchos republicanos de que Santos no podía seguir en su bancada.
La expulsión de un diputado es una rareza. Hasta ahora solo había ocurrido en tres ocasiones: con tres diputados que pelearon con los confederados durante la Guerra Civil; y con dos diputados demócratas –Michael Myers, en 1980, y James Traficant, en 2002- condenados por fraude y corrupción.
Ahora, habrá que celebrar una elección especial para decidir el nuevo diputado de ese distrito neoyorquino. Santos, que se queda sin el sueldo de 174.000 dólares como diputado y sin pensión, dijo en primavera que se volvería a presentar. Ahora mantiene que no lo hará. Su futuro, al menos hasta que la justicia decida si debe pasar por la cárcel, apunta más a los platós de tertulia política o de ‘reality’ de famosos que a la política.