A su país natal regresaron 186 colombianos, tras el paso del potente huracán María. Entre abrazos y lágrimas, los retornados se reencontraron con sus familiares.
A las 4:15 p.m. de ayer un Boeing 727 de la Fuerza Aérea Colombiana aterrizó en el Comando Aéreo de Combate No. 3, Cacom 3, en Malambo. Del trimotor se asomaron varios sombreos vueltiaos, camisetas de la Selección Colombia y una bandera color amarillo, azul y rojo. Ese fue el distintivo de los 186 colombianos repatriados de Puerto Rico, tras el paso del devastador huracán María.
La aeronave tocó territorio colombiano luego de aproximadamente una hora y media de vuelo desde la capital puertorriqueña de San Juan, punto de encuentro para los colombianos.
“¡Qué emoción por fin estar aquí y comer bien!”, fue una de las frases que se escuchó tras el arribo y entre el bullicio de los retornados.
De la isla fueron rescatados unas 66 personas oriundas de distintos departamentos de la Costa Caribe. El resto de connacionales que llegaron al municipio atlanticense se trasladaron en el mismo avión hasta Bogotá, para luego dirigirse a sus respectivos destinos. Con ellos también viajaron dos perros y un gato.
David Guzmán es un pastor nacido en Sahagún, Córdoba, que dedicaba sus días a predicar la palabra de Dios en el municipio de Naguabo. Contó que, su iglesia quedó destruida y su vivienda afectada por los fuertes vientos.
Durante el azote y las horas más torrenciales de María, el religioso no dejó de orar. En momentos como ese, aseguró, “no queda otra que pedir a Dios”.
“Fue una experiencia que nos generó mucho miedo, pero las bendiciones estuvieron con nosotros y ahora podemos regresar a casa”, expresó Guzmán.
Otros, como el sucreño Camilo Verbel, reflexionaron sobre el fenómeno natural desde su campo de acción: la física. Durante el huracán, el oriundo del municipio de Ovejas, estudiante de la Universidad de Mayagüez, aprovechó la situación para conversar con sus amigos y colegas sobre las implicaciones del calentamiento global.
“Estábamos muy preocupados por María, pero no podíamos evitar cuestionarnos sobre a qué velocidad iba o por donde estaba el ojo del huracán”, recordó el estudiante de una maestría en física.
Su refugio fue la vivienda de un compañero en Mayagüez, en la que se protegieron principalmente por la existencia de un árbol.
“Teníamos un árbol al frente de la casa y todas las hojas y las ramas absorbían la velocidad del huracán así que no penetraba tanto en el lugar”, explicó el joven de 23 años.
FUENTE EL HERALDO